Con gran entusiasmo me asomo por primera vez a esta idílica ventana de libertad que es “Acción Liberal”. Una ventana abierta por la que corre una brisa capaz de llevarse el endemoniado colectivismo a otros lares más sumisos que en este en el que ahora nos encontramos. Al abrir esta ventana, el hedor a ganado, a manada ovina, se esfuma dando paso a un frescor libertario, decente, digno, justo y orgulloso. En definitiva, humano.

Ciertamente vivimos tiempos oscuros en los que el ser humano ha perdido la consciencia de la Ley Natural y en el que, por poner en duda, duda de hasta los derechos más elementales como son el de la vida, la libertad y la propiedad privada. No hablemos ya de otros como la libertad de cátedra, expresión y opinión o creencias religiosas y, en general, todos aquellos derechos civiles de primera generación que, a priori, son inalienables, pero que hoy en día están más en entredicho que nunca por culpa del exacerbado colectivismo que vivimos en todas las naciones.

Y es que, por alguna extraña razón que se me escapa, el ser humano, a pesar de resultar absurdo por completo para mí, continúa pensando en términos de derecha e izquierda, los cuales resultan completamente arcaicos. Es cierto que cuanto más a la izquierda, más tiende el político de turno a tratar a sus semejantes como adolescentes o ni eso, empero, ¿acaso la derecha lo hace de otro modo? ¿De verdad alguien piensa que existe a derecha o izquierda algún partido que no pretenda meternos a todos bajo el paraguas del gran papá Estado? No como protección, sino como sometimiento. Comunistas, socialdemócratas, conservadores, democristianos…, todos cortados por un mismo patrón, el patrón del esclavismo para con sus semejantes. Recordad que a mayor Estado menor libertad.

Desde el principio de los tiempos el ser humano ha tendido al colectivismo como forma de protección. Ya se sabe, cuanto mayor es el número de borregos menor es el riesgo de que el lobo se coma a uno. Pero, este sistema caduco tiene grandes grietas. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando es el mismo lobo el que hace de pastor? O, cuando en vez de lobo es otro borrego, pero que está enloquecido y dirige a toda la manada a un precipicio. Ciertamente las posibilidades son múltiples, pero yo, personalmente, prefiero ser el que decida mi destino y no que lo hagan los demás por mí.

Surge, así, el individualismo, un concepto mágico por el que el ser humano se independiza de papá Estado y se considera una entidad independiente, capaz de pensar y razonar por sí mismo para llegar a conclusiones que le hagan alcanzar sus objetivos vitales. Capaz de protegerse y proteger a los suyos y cuyo derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada le sean inherentes por el simple hecho de haber nacido humano y no porque la colectividad aborregada se lo otorgue. Es decir, no porque el derecho positivo, que tanto ama la izquierda en general y muchos de la derecha en particular, sea el que se lo conceda como premio a la sumisión social.

El individualismo busca que el hombre logre sus objetivos existenciales por cualquier medio, con el único límite de los derechos de los demás. Es decir, sin vulnerar el derecho del resto de seres humanos a hacer lo mismo. En definitiva, lo que se busca con el individualismo es la emancipación del ser humano y la ruptura con aquellos que son como tú, pero que se creen más que tú y que sin ti, simplemente, no son nada.

Cuando pienso en el colectivismo, me viene a la cabeza un torrente de pensamientos y todos ellos malos en general: hedonismo, nihilismo, egolatría, idolatría, sumisión, “pan y circo”… Sale a relucir, también, el recuerdo de la muerte de Dios, pero no en el concepto de Nietzsche, más bien al contrario. Recordemos que Nietzsche no creía que hacer desaparecer a Dios de nuestras vidas fuese algo bueno, todo lo contrario, ya que mantenía que sin Dios el sistema de creencias occidental correría grave peligro. En fin, el filósofo tenía razón y a los hechos me remito. La proclamación de la muerte de Dios por parte de Nietzsche tenía otro significado en el que ahora, sin duda, no voy a entrar por no ser posible.

No obstante, algunos han querido ver en esa desaparición de Dios la posibilidad de crear nuevos dioses, nuevas religiones, nuevas creencias que mantengan a los burros permanentemente tras la zanahoria. La mano que lleva la zanahoria tan solo debe de guiar a la manada hacia donde ésta lo desee.

¿Y qué es la zanahoria en esta alegoría?, porque los burros está claro quiénes son/somos. La zanahoria es el falso estado de bienestar, ese caramelito que cada vez cuesta más y aporta menos, esa dádiva cutre que justifica repartir la riqueza como mejor determine la mano que sujeta la zanahoria, que no es otra que una casta poco preparada que desconoce qué es el esfuerzo y el sacrificio y que, en general, llevan viviendo de la mamandurria toda su vida. Una riqueza injustamente repartida, que convierte al ser humano en un animal capaz de las peores tropelías por alcanzar un premio que jamás estará a su alcance, ya que la mano permanecerá siempre a la misma distancias del burro. Una riqueza que se le quita al que lo merece por su esfuerzo y se le otorga al zángano o al fiel siervo del que dirige nuestros destinos y que curiosamente no es ni mucho menos el propietario de esa riqueza.

Lo triste, lo más lamentable de todo esto, es que, si estos burros se tomasen la molestia de apartarse de la manada, de salir del colectivismo, de mirar pausadamente a su alrededor, verían con gran asombro que, en realidad, el campo está sembrado de zanahorias muchos más ricas y sabrosas que la ya muy manoseada y ajada de papa Estado.

Luis Molina. Socio de Acción Liberal

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