Desde hace décadas en Cataluña nada funciona como debería. En el Arco del Triunfo del antiguo paseo de la Exposición, Puigdemont dio un discurso completo y luego regresó a Waterloo. Un prófugo de la justicia anunció su aparición con días de antelación y no pudo ser detenido. En una maniobra pactada por los políticos, se dejó de cumplir la ley y se permitió la fantochada completa. Y es que los fantasmas del pasado deben reaparecer de vez en cuando para hacer como que dan miedo, y más si están perdiendo votos.
Recordemos que los 17.000 mossos cuestan al año unos 1.400 millones de euros, y toda esa fuerza puede detenerse con una sola llamada de un político. Se pedía desjudicializar la justicia pero ahora tocará despolitizar a la policía. Y es que el término policía política nos retrotrae a épocas sombrías. Ahora, los mismos mossos están jugando al cluedo, buscándose a ellos mismos como cuando un perro corre detrás de su propia cola. Llegó la hora de las explicaciones y la que detuvo la persecución fue un semáforo en rojo.
Y es que las cosas en Cataluña no terminan de funcionar como debieran. Para empezar el independentismo, que a pesar de gozar de más poder que nunca no ha hecho más que perderlo durante los últimos años. Tampoco la causa común entre los independentistas funciona puesto que han pasado de aliados jurados a rivales.
De la misma forma no funciona la economía, y es que cuánto más poder gana Cataluña menos relevante es su peso económico en España. Desde los años setenta Cataluña ha pasado de ser la CCAA más potente en economía a estar la cuarta. ¿Como explicar que la autonomía conlleva la irrelevancia? Nada funciona porque cuando la política llega la ineficacia se convierte en norma.
Y es que las cosas en Cataluña no funcionan como debieran. Un arco del triunfo usado para evidenciar una derrota, la del nacionalismo, la de la ley, la del fantasma en retirada, y por ende, la de España.
Fdo. Danilos
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