El afán periodístico por vender periódicos, conseguir visitas o batir récords de audiencia, está desvirtuando cada vez más el lenguaje y las palabras pierden su significado. El concepto de “histórico” se utiliza para acontecimientos que, a menudo marcan solo el devenir de los próximos días o como mucho, semanas.
No obstante, pienso que los momentos por los que pasamos actualmente en la política nacional, sí son realmente históricos. Acontecimientos que nuestros hijos y nietos estudiarán en sus libros o tabletas y que se preguntarán, al ver las fotos que ilustren esos textos, qué se les pasaría por la cabeza a sus padres o abuelos cuando asistiesen al desmembramiento de una de las naciones más antiguas de Europa, tal como nosotros vemos fotos de los últimos de filipinas al llegar a España tras defender la iglesia de San Luis de Tolosa en la localidad de Baler en la isla filipina de Luzón.
Les invito a buscar en internet esa famosa foto o alguna tomada por Tomás Alfaro en la campaña del Rif, desgraciadamente famosa por el Desastre de Annual. Miren esas caras e intenten identificarse con esos rostros serios, curtidos y algo siniestros. ¿Serían ellos conscientes del momento histórico que protagonizaban y las consecuencias de sus actos? ¿Somos nosotros conscientes, en la mirada de esos niños del futuro que estudiaran la historia de España, del momento histórico que protagonizamos y las consecuencias de nuestros actos? ¿estaremos a la altura?
Pocas cosas pasan de un día para otro y normalmente todo es fruto de un proceso paulatino en el que sin saber cómo, te encuentras a un paso del precipicio con poco margen de maniobra.
La situación que estamos viviendo en Cataluña no es cosa de hace un año ni responsabilidad exclusiva de Sánchez, Rajoy, Zapatero, Aznar o González. Todos han ido poniendo su grano de arena, unos más grandes que otros, para que en estos momentos nos encontremos en un callejón sin salida a un paso del desastre.
Tampoco miremos únicamente a nuestros gobernantes. Todos hemos tenido nuestra cuota de responsabilidad y por qué no, de culpa, de vernos en esta situación. Políticos, empresarios, periodistas, jueces, la sociedad civil, el ciudadano individual… ha contribuido a que la herida sea de imposible cauterización y que los pedazos de “retales” estén tan deshilachados, que el mismo hilo que se utiliza para intentar unirlos, provoque cada vez un roto más grande.
No quiero pecar de pesimista, pero visto lo visto, sinceramente creo que España en relación a Cataluña, una de sus partes, ha pasado el punto de no retorno y es cuestión de tiempo que nos encontremos con garitas de control fronterizo al pasar Fraga, Calaceite o Vinaroz. Espero equivocarme, pero me temo que no ando muy desencaminado.
Ahora se habla de la Ley de Seguridad Nacional, de aplicar nuevamente el 155 algo menos cosmético y de recuperar las instituciones y que el Estado vuelva a Cataluña, cuando el propio Govern catalán es Estado. Pero me temo que esas medidas, aunque urgentes y necesarias, vienen a intentar solucionar las consecuencias, pero dejan de lado las causas mucho más complejas.
La pretensión desde la transición española de intentar contener los distintos nacionalismos con concesiones económicas y cesión de competencias, se ha convertido en una trampa en la que España se ha ido metiendo sola, alimentando una bestia insaciable que siempre quiere más y más.
En las jornadas vividas durante los disturbios de los últimos días, hemos visto cómo personas muy jóvenes protagonizaban los altercados, formaban barricadas y perpetraban actos de terrorismo urbano. Esos jóvenes son fruto de la delegación de competencias en materia de educación. Una o dos generaciones perdidas totalmente radicalizadas con las mentes enfermas de odio y en las que sería necesario aplicar un proceso de “deslazificación” al estilo de la denazificación alemana que llevó décadas.
Pero son muchos más los aspectos a intervenir durante años y años para intentar retornar a la concordia y la normalidad como es la propia televisión catalana, convertida en un altavoz propagandístico del odio y el secesionismo. La opinión internacional, las estructuras políticas y funcionariales de la administración autonómica, el tejido empresarial, la sociedad… Demasiadas cosas las que afrontar durante demasiado tiempo para que podamos albergar la más mínima esperanza.
Mientras tanto, en el resto de España mantenemos una actitud buenista engañándonos a nosotros mismos, utilizando nuestras mismas normas para autolimitarnos en la defensa de la unidad nacional con un absurdo e infantil miedo a ser demasiado contundentes y que nos llamen fascistas y justificando lo injustificable con una estúpida comprensión hacia los violentos y sus actos.
Ante ese panorama, España, los españoles y lo que es peor, los catalanes que se sienten españoles, tenemos las de perder. Esa falta de carácter y fortaleza en las ideas, nos pone en clara desventaja aun teniendo a nuestro lado todas las estructuras del Estado.
Lamento ser tan negativo, pero sinceramente pienso que o mucho cambian las cosas en la política, la sociedad y la justicia o tendremos que ir asumiendo uno de esos acontecimientos históricos de los que hablaba al principio e ir diciendo adiós a Cataluña y adiós a España.
Juan Pablo García Valadés (@jpgvalades)
Secretario de Acción Liberal (@AcLiberal)
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