Dicen que para gustos, los colores. Es una máxima muy recurrente para quienes se amparan en la subjetividad absoluta en todos los aspectos de la existencia humana. En un tiempo en el que todo (y digo todo) es susceptible de ser opinado o, incluso, cuestionado en pos de las «distintas formas de ver las cosas», la defensa de la objetividad es un auténtico deporte de alto riesgo.

Al igual que con cuestiones empíricas que (en principio) no deberían ser objeto de debate, existen determinados hechos, ideas o afirmaciones que, si bien pueden verse afectados por la subjetividad, son suficientemente incuestionables y, por ende, más bien verdaderos. Que la Tierra gira alrededor del Sol y no al contrario; que nuestro planeta no es una tabla con límites definidos; que el diamante es más duro que el yeso; son solo algunos ejemplos de lo que es así y no se puede ni debe discutir. No por abandono ni por censura, sino más bien por eficiencia y por lo absurdo que resultaría hacerlo.

Pues bien: otra cosa incuestionable es que la huida de Evo Morales es de lo mejor que le podía pasar a Bolivia. Y digo «de lo mejor» porque no ha sido posible detener y juzgar por sus crímenes a un energúmeno de tal calibre, como debería haber ocurrido. Hace poco, los militares bolivianos se sublevaron y derrocaron el régimen de Morales que llevaba azotando económica y socialmente al país hispanoamericano durante más de trece años. Por si eso fuera poco, la gota que colmó el vaso y la paciencia del pueblo de Bolivia fue la desvergonzada y a todas luces evidente manipulación electoral ejercida por Morales y sus secuaces el 20 de octubre del presente año. Una serie de actuaciones que la Organización de Estados Americanos ha expuesto y denunciado en un demoledor informe sobre la integridad electoral del país.

Hay quien, movido por la más sectaria ideología y negación de la realidad, llama a este acontecimiento «golpe de Estado». Argumentan que una sublevación militar es, siempre, indeseable, en tanto en cuanto vulnera las normas legales de sucesión en el poder. Pero ¿es esto aplicable cuando se trata de una respuesta a una manipulación electoral que, en consecuencia, vulnera de igual forma dichas normas legales? Supongo que es un debate mucho más profundo como para tratarlo en un simple artículo. La cuestión es que Bolivia ha despertado, quién sabe si de la mejor forma posible, de un largo letargo. Que un país rico y hermano ha abierto los ojos y tiene, ahora, la posibilidad de limpiar un sistema corrupto e instrumentalizado para avanzar hacia uno legal, verdaderamente democrático y beneficioso para los ciudadanos del país.

Ese es el papel de Jeanine Áñez Chávez, actual presidenta interina de Bolivia tras la renuncia de Morales. Una mujer vilipendiada por la izquierda más cerril por «no ser electa» o «no estar legitimada» para tomar este cargo transitorio. Lo único cierto, empírico, es que ninguno de estos botarates se han molestado en echar un ojo a la Constitución de Bolivia, más concretamente a sus artículos 169 a 171, en los que se trata el asunto sucesorio en casos extraordinarios como el impedimento, ausencia o renuncia del Presidente electo. Cualquiera con dos dedos de frente entendería que los supuestos que enuncian dichos artículos no son de ninguna manera aplicables al actual estado político de Bolivia, tras una revolución social de tal magnitud y una transición política en desarrollo como la que se está dando.

Sí: todo esto no es del todo normativo. Que hay mecanismos legales y constitucionales para garantizar una sustitución normal de la Presidencia es evidente. Lo que no es evidente ni, en absoluto, factible es que se den las circunstancias y características requeridas en la Constitución para que esto ocurra de la forma en que se detalla. Actualmente, lo de Bolivia es una respuesta excepcional a una situación excepcional. Y sí: la Presidenta interina es lo que el país necesita. Se requiere de un mando decidido que restablezca la paz en las calles, la libertad económica y social de los ciudadanos bolivianos y el retorno de la cordura a las instituciones, así como la garantía de que se cumpla la Ley y no se perdone ni despenalice la responsabilidad de Evo Morales y de los suyos en la destrucción y polarización del pueblo de Bolivia.

La libertad se abre paso, siempre, a través de cualquier obstáculo que el totalitarismo ponga en su camino. Bolivia es un ejemplo prematuro de ello; de que Hispanoamérica despierta tras décadas de represión socialista y hundimiento social y económico bajo el férreo control institucional de la izquierda. Áñez es solo el principio de una cascada de respuestas voraces contra las dictaduras marionetas del Foro de São Paulo y sus preceptos destructivos.

Es la hora de la liberación.

Carlos Navarro Ahicart
Socio Fundador de Acción LIberal

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