Probablemente en la historia de España nunca se lucho más por la llegada de un Rey como por Fernando VII, tanto es así que llegó a llamarse “El deseado”. El pueblo español lo esperaba ansiosamente mientras luchaba contra la ocupación francesa napoleónica que prometía modernizar la administración española.Las Cortes en Cádiz crearon la Constitución para que el Rey pudiera gobernar a favor de los vientos de cambio liberales que soplaban en toda Europa. Mientras, en la España de América, miles de españoles combatían en su nombre contra los movimientos independentistas.
Durante esos años de encierro en Valençay, el Rey jugaba al billar y bebía coñac, ignorando todo sacrificio de sus súbditos, llegando incluso a pedirle a Napoleón que lo hiciera su hijo adoptivo.
Cuando recuperó el trono dedicó toda su energía a acabar con los liberales e imponer su absolutismo. El pueblo intentó restituir la Constitución y el Rey conspiró contra esos deseos trayendo una invasión extranjera y terminando contra cualquier atisbo de reforma liberal.
En la España actual durante las últimas semanas hemos visto la impecable trayectoria de un Rey enturbiada por escándalos de todo tipo.
De la misma forma que al Deseado se le quería hacer bueno y se le dieron oportunidades de más para demostrar que podía ser un buen Rey, a nuestro emérito ya no le quedaban más oportunidades para serlo.
La institución debe ser más grande que las personas que lo componen, y así, la fidelidad de muchos ciudadanos a la monarquía debe ser compatible con el cambio de titular y con la regeneración de la misma.
Sirva el ejemplo de Carlos I que siendo uno de los emperadores más grandes de su la historia abdicó, retirándose al monasterio de Yuste transformando así una alocada vida en otra discreta y más útil para la corona.
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